¿Dónde está el imponente Imperio Romano? ¿Dónde está el intelectual Imperio Griego? ¿O el Persa? ¿Dónde está el Imperio Austro-Húngaro? ¿O el Imperio Otomano? ¿Enserio desaparecieron del todo sin dejar sobrevivientes? No me lo creo.
Aparentemente todas estas naciones que dirigieron a la humanidad ya se esfumaron. Parece que hubieran mutado para convertirse en simples vestigios arqueológicos, como si ya no quedara ningún rastro de vida de estos monumentales imperios. Pero yo personalmente considero que no es así, sino que aún sobreviven aquellos que guardan la memoria histórica de estas antiguas civilizaciones.
Pienso que cada una de estas civilizaciones aún vive, literalmente en vida. Es más, en mi opinión todas estas antiguas naciones coexisten sustancialmente en un solo lugar. A mi forma de verlo, muchas de las mejores características culturales de todas las grandes civilizaciones todavía se mantienen en su máximo esplendor; palpitando como palpitaban hace milenios. Es como si las propiedades y cualidades positivas de cada uno de estos pueblos se hubieran albergado en una especie de “capsula del tiempo”.
¿Cuál es esa cápsula del tiempo a la que me refiero? ¿Cómo así que todas estas civilizaciones residen en un solo lugar? Pues sí. Esta cápsula del tiempo se llama “el Pueblo Judío”. Nada más y nada menos que el Pueblo Judío somos aquellos que preservamos en nosotros la memoria histórica de cada una de estas naciones que han dirigido a la humanidad a lo largo de los siglos. Fue debido a las condiciones históricas que nos hicieron -involuntariamente- adoptar lo mejor de cada civilización. Es como si el Pueblo Judío fuéramos una especie de esponja que va herrando por el mundo y que en el camino va absorbiendo chispas producidas por los pueblos en los que debimos habitar durante nuestro exilio.
Ya no tienes que ir más a un museo para presenciar lo esplendido de las antiguas civilizaciones. Todo lo que tienes que hacer es conocer al Pueblo Judío. Por ejemplo, si quieres ver lo mejor de España de la Edad Media, desde su literatura e incluso escuchar el mismo idioma en el que hablaba la nobleza de Castilla y Aragón, solo tienes que observar a los judíos sefardíes. O si quieres ver cómo el Imperio Babilónico manejaba la cronología de su reino, solo tienes que observar a la exactitud de los judíos en su milenario calendario. Si quieres saber cuál es la esencia de la Europa iluminista del siglo XVIII, simplemente mira a los judíos que hasta el día de hoy aportan al desarrollo del mundo por medio de sus contribuciones en todos los campos del conocimiento.
Si quieres probar los aromas del antiguo Imperio de Abisnia en África, ve a una cocina judía etíope. O si quieres escuchar como hablaban en Mesopotamia, solo tienes que asistir a una clase de Guemara en arameo. Si quieres sentir la elegancia del renacimiento italiano, solo debes interactuar con los judíos que habitan en el Ghetto de Venecia hasta nuestros días. Si quieres ver las vestimentas de Polonia de hace trecientos años, entra a una yeshiva de jasídicos. Si deseas palpar a prácticamente cada nación de la historia en la que alguna vez hubo comunidades judías, basta con ver a los judíos que allí habitaron.
Las civilizaciones vienen y van. Vemos como hay eras en las que se levanta algún gran imperio (aparentemente eterno), pero al cabo de unos siglos este imperio se desvanece. Luego llega el turno de otro imperio, pero que de igual manera está condenado a desvanecerse. Así funciona esta dialéctica hasta nuestros días: pueblos vienen y se van. ¿Pero cómo hacemos para que en este devenir del tiempo no solo sobreviva la documentación histórica, sino que también se mantengan vibrantes las propiedades de cada pueblo? Sin duda este es uno de los propósitos por el cuál Hashem hace que Su pueblo deba migrar de nación a nación. Para que rescatemos los destellos de la humanidad y logremos unificarlos con el fin de algún día contribuir a redimir al mundo entero. Gracias a Dios que somos el pueblo de “dura cerviz”, porque esa dura cerviz es la que nos permite mantener a flote el recuerdo de las naciones que sufren la extinción.
No tengo duda que lo mismo ocurrirá con los descendientes de los judíos que estén leyendo esto. También nosotros y nuestros hijos serán esas “capsulas del tiempo”. Nuestras futuras generaciones guardarán todo aquello que nosotros decidamos transmitirles. Porque quién sabe, quizás en ochocientos años cuando Latinoamérica haya variado en todos sus aspectos (en lo cultural, social, histórico, etc.) es posible que esos judíos del futuro aún preserven de forma inherente los conceptos de la Latinoamérica actual.
Beezrat Hashem que logremos siempre enfocar todas las herramientas que tenemos frente a nosotros para así contribuir al proceso de la Geula, amén.
וּנְפֻצוֹת יְהוּדָה יְקַבֵּץ מֵאַרְבַּע כַּנְפוֹת הָאָרֶץ
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