No sé si definir como absurda, esperada o contradictoria la reacción de rechazo por parte de la mayoría de los líderes mundiales frente a la decisión del presidente Trump de reconocer Jerusalem como capital de Israel.
He leído tweets de varios de estos líderes mundiales -desde el presidente de Francia hasta el presidente de Iran- que por un lado discrepan con la decisión del presidente Trump, pero por otro lado le desean “un feliz Hanuka al pueblo judío”.
Y es graciosa esta incoherencia ya que uno de los fundamentos de Hanuka es celebrar la independencia nacional del pueblo judío hace más de 2000 años en esta misma tierra, incluyendo el establecimiento de Jerusalem como capital del reino que estaba ocupada por los helenos.
Decir que Jerusalem no es nuestra capital es un disparate. Jerusalem no es nuestra capital desde solo hace 50 años con la Guerra de los Seis Días, ni de hace 70 años con la declaración de Independencia de Israel, ni de hace 750 años cuando Nahmanides legaliza la comunidad judía de Jerusalem, ni de hace 2100 años con la victoria de los Macabeos.
Es difícil de explicar la conexión del pueblo judío con Jerusalem. No conozco analogía alguna, ni paralelo alguno en la historia de la humanidad que se le parezca al amor de Am Israel por Jerusalem. Y no podemos darle solamente explicaciones racionales a dicha conexión ya que este es un vínculo emocional, espiritual, trascendental e incluso vital.
Por milenios, no transcurrió un solo día sin que Am Israel recordáramos Jerusalem. Todos los años nuestras bocas pronunciaron: “¡El próximo año en Jerusalem!”, con la esperanza de que algún día nuestros ojos volvieran a ver Sión.
Incluso en la ceremonia más importante de la vida judía, el matrimonio, la pareja concluye citando el versículo: “Si te olvidare Jerusalem, que se olvide mi mano derecha…” y en seguida se rompe una copa, simbolizando que el enfoque de la vida judía debe ser la reconstrucción y resurrección de Jerusalem.
Y aunque uno podría pensar que éstas lágrimas derramadas por nuestra capital provienen solo del sector religioso, la famosa grabación del reportero Rafael Amir -quien cubrió la reunificación de Jerusalem en la Guerra de los Seis Días- nos revela lo contrario. Esa dramática tarde del 7 de junio de 1967 se escuchó a Amir en la radio narrando el acontecimiento mientras bajaba hacia el Muro de los Lamentos, que recién había sido liberado por el Tzahal:
“No soy un hombre religioso, nunca lo fui, pero este es el Kotel… ¡Estoy tocando las piedras del Kotel!”
Inmediatamente Rafael Amir entrecorta su emotiva narración y rompe en llanto.
Éstas lágrimas de alegría no son solo las del reportero Rafael Amir. Estas son las lágrimas de dos mil años de ilusiones, de anhelos, de profecías, de esperanza…
Por eso, con o sin critica por parte de los líderes del mundo a la decisión del presidente Trump, Jerusalem siempre será el alma de Am Israel.
Beezrat HaShem que como individuos, como comunidad y como Estado tomemos parte en la reconstrucción social, cultural, política, económica y física de Jerusalem y de Eretz Israel, amen.
יְרוּשָׁלִַם הַבְּנוּיָה כְּעִיר שֶׁחֻבְּרָה לָּהּ יַחְדָּו